¿Mujereres tatuadas? Así funciona la violencia estética en los entornos laborales

Martes, 30 Septiembre 2025 08:14
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En Colombia, una de cada cinco personas tiene tatuajes, pero el prejuicio laboral persiste, pues aún muchas mujeres deben ocultar su piel para ser contratadas.

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  • Coautor 1: Stephany Díaz Vargas

En un país donde se realizan más de 3.000 tatuajes al día, la presencia de tinta en la piel está lejos de ser poco común. Sin embargo, aún pesa el estigma: muchas personas, en especial mujeres, sienten que sus posibilidades laborales se reducen a causa de los tatuajes visibles.

Según la plataforma TeamStage (2023), “el 74 % de los encuestados cree que los tatuajes visibles pueden reducir las oportunidades laborales” y “el 15 % de las mujeres tatuadas reporta haber sufrido discriminación directa en entrevistas o ascensos”. En Colombia, aunque carecemos de cifras oficiales, estos porcentajes resuenan con fuerza en experiencias concretas, como en el caso de aquellas trabajadoras que prefirieron ocultar su piel para no perder oportunidades.

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Estefanía Antolinez es profesora en un colegio privado de Bogotá, ella estuvo en Las Obedientes para hablar de su experiencia en el mundo laboral siendo una mujer tatuada. A lo largo de su carrera recibió advertencias sobre la resistencia en colegios religiosos para contratar  docentes tatuadas, por ello procura mantener sus tatuajes escondidos, no sólo por código de vestimenta sino por elección:tengo una política de hay lugares donde no me tatuaría que sean tan visibles, por el tema de la curiosidad que puede despertar en los estudiantes”, concluye.

La Sentencia T-413/17 de la Corte Constitucional concluyó que los tatuajes constituyen una manifestación del libre desarrollo de la personalidad y por lo tanto no pueden ser utilizados como criterio para excluir a alguien de una vacante. En el caso analizado, un aspirante al INPEC fue excluido por tener un tatuaje no visible con el uniforme y la Corte consideró esa decisión “desproporcionada”, señalando que los argumentos de mala presentación eran “prejuicios sociales discriminatorios”. La solución propuesta: permitir uniformes que cubran tatuajes visibles, en lugar de marginar al aspirante.

Para Adriana Camacho, abogada especializada en derecho laboral y género, este fallo tiene un alcance más amplio:  “Esta sentencia tiene toda la relevancia porque se reconoce el derecho al libre desarrollo de la personalidad, incluyendo la autoexpresión a través de pues de de su apariencia y de todo lo que ella use en su apariencia, como por ejemplo los tatuajes”, concluyó.

Investigaciones académicas refuerzan la idea de que el impacto no es igual para todos. Un estudio de la Universidad de Colima sobre estereotipos de belleza señala que la sociedad exige a las mujeres proyectar una “buena imagen” vinculada con ser discretas, empáticas y respetuosas. Los tatuajes, vistos como una ruptura de ese molde, provocan mayor rechazo hacia ellas que hacia los hombres: “Los tatuajes visibles generalmente se discriminan y muy particularmente a las aplicantes femeninas, por el “pretty privilege”. Los estudios revelan que las mujeres con tatuajes son mayormente propensas a no ser contratadas o a ofrecerles salarios iniciales más bajos, porque consideran que de alguna manera son menos competentes”. termina Camacho.

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El pretty privilege, mencionado por la experta, es un concepto estudiado en psicología social y sociología que describe las ventajas no merecidas que reciben las personas percibidas como físicamente atractivas según los estándares dominantes. Este fenómeno se explica por sesgos como los estereotipos de que “lo bello es bueno”, que llevan a asociar la apariencia física con cualidades positivas como inteligencia, simpatía o confiabilidad. 

“En el caso de los exámenes médicos preocupacionales que se hacen hay unos resultados que muestran como cosas distintivas en la persona y muchos de estos colocan los tatuajes como uno de ellos, como mostrándole a la institución educativa que estás tatuada”, menciona Antolines al hablar de las dinámicas aparentemente discriminatorias en los diversos pasos de los procesos de contratación.

Mientras la sociedad colombiana normaliza el tatuaje como una forma de expresión artística y personal —con un mercado que mueve cerca de US $190 millones al año, según La República—, las prácticas de contratación parecen ancladas en viejos códigos. Un reportaje de BBC Mundo ya advertía en 2014 que, pese a su popularización, los tatuajes siguen percibiéndose como señales de rebeldía o falta de profesionalismo. Una década después, esa percepción persiste en empresas que valoran más la imagen “neutra” que las competencias.

Garantizar el derecho a trabajar sin importar la apariencia no significa imponer la aceptación universal de los tatuajes. Se trata de asegurar que las preferencias personales de un empleador no definan el futuro profesional de otra persona. En un país donde casi una de cada cinco personas lleva tinta en la piel, la pregunta sigue abierta: ¿hasta cuándo seguiremos juzgando a las mujeres por su aspecto y no por sus capacidades?

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